jueves, 15 de octubre de 2009

Esta tristeza tan común no puede ser normal.

Pues si.

Últimamente caigo tan en cuenta de que esta tristeza no debe ser normal. Es común, es lo de diario, pero no es normal.

Ya me cuesta trabajo recordar la última vez que pasé un día tranquilo, sin la preocupación cotidiana de qué iré a hacer mañana para salir de mis apuros. A mi alrededor veo gente que vive sin sobresaltos, con patrimonios medianamente sólidos que les permiten tener relativa certeza de cómo estarán en un mes, o en un año, y mientras tanto yo, llevo tanto tiempo viviendo al día que no puedo saber siquiera como terminaré mi mes, ni a quien más deberé favores.

Parezco emo, tanto que critico a esos mocosos tarugos que se esmeran en sufrir alegando cualquier cantidad de situaciones irremediables en el mundo y su vida, que los hacen preferir morir. ¿Habráse escuchado antes mayor estupidez tan en boca de todos los jóvenes? No lo sé, pero a pesar de mi absoluta oposición a ese tipo de movimientos tontos en pro de sufrir, llevo años de sufrimiento, pasando de un temblor de manos y sudoración fría, al casi-llorar por cualquier idea que me pasa por la mente, de la incertidumbre y la desesperanza a la respiración profunda que inhibe el amago de un ataque de pánico, término por cierto desconocido para mí hace unos pocos años, y ahora tan sabido que soy el primero en diagnosticarlo a mis familiares y amigos cuando me cuentan de esos ataques de falta de aire, de sensación de muerte inminente, de un miedo horrible al "qué pasará".

No tengo miedo a la vida, no me siento al borde de la muerte tampoco, pero si tengo una tremenda ansiedad sobre la longevidad que pueda tener esta horrible sensación, es como el sadomasoquismo, es un no querer morirme nomás por seguir sufriendo. Esto tiene cosas buenas, muchas sin duda, pero este costal de penas que tengo por cuerpo es mucho más receptivo a las penas que a las glorias. No quiero vivir triste, menos quiero morir triste, pero muero de ganas de saber qué me depara esta vida, si me guarda por fin una adultez tranquila y sin sobresaltos, o si de plano debo hacerme el ánimo de que los problemas y las preocupaciones nunca terminan.

No sé si cuando Dios creó al mundo y nos brindó esta inteligencia, estaba pensando en que la usaríamos tan mal. Charles Darwin se equivocó en su teoría, no hemos sobrevivido los más fuertes, hemos sobrevivido los más complicados.

Era (quiero imaginar) mejor vivir en cuevas, en aquélla bendita promiscuidad sin preocuparnos de qué comeríamos mañana. Lo de menos era matar un chivo, un mamut, un perro salvaje, o al más viejo de la tribu. Con gusto me comería al tío de mi vecina y luego de eso me reuniría con mis amigos trogloditas a comentar las incidencias de la caza del día anterior, o de la hembra en turno, al tiempo que aspirara el humo de la fogata (desde luego que seríamos caníbales prehistóricos con encendedor) aderezado con esa planta que allana el camino para intercambiar impresiones con los Dioses.

Seguramente no me hubiera importado ser cromagnon, neanderthal, o lo que fuera, ya que con ese cerebro primitivo madres me valdría ubicarme en una categoría taxonómica, en algún lugar en el mapa y mucho menos en el tiempo. Esos pobres que luego imaginamos huyendo de velociraptors y tiranosaurios nunca supieron lo que era pagar impuestos por circular en sus veredas a través de valles o pagar su seguro de gastos médicos y las escuela de los niños. Casi quiero ser cavernícola, hombre eso sí, aunque ya he afirmado que en estos tiempos preferiría ser mujer. Los porqués no los comparto, pero desde luego que ser mujer es mejor ahora que en la prehistoria. En la prehistoria no existía la liberación femenina, que mal tratada se convirtió en una exaltación del feminismo que luego dejó de gustar cuando se les dejó de ceder la silla y ayudarles con los bultos, de modo que evolucionó a esta famosa "equidad de género", que afortunadamente no llegará mientras este desventurado camino evolutivo nos permita conservar estas (sabemos cuáles) benditas diferencias.

Ya pasé de ser hombre del sufrir, a ser caníbal, y me gustó. Espero llegar esta noche caminando a mi cueva después de este día de ardua cacería, poder encontrarme con una hembra y hacerle el día, tomar un trozo de muslo de terodáctilo y sentarme en mi piedra preferida a cenar viendo mi programa favorito en People & Arts.

Saludos pues.

La primera impresión

"Sólo tenemos una oportunidad para causar una buena primera impresión". Hoy recordé esa frase, y también recordé a la Tía Matilde...