miércoles, 19 de octubre de 2011

Mi nuevo auto viejo.

Hace algunos meses vendí mi super clásico alemán, en el que habría de irme a recorrer Baja California; mi compañero de tantos viajes.

No habían pasado ni dos meses cuando en un estacionamiento de un amigo, entre otros varios autos, vi otro super deportivo; así como me gustan, feo por todos lados, viejo y fiado. Desde lejos me cerraba el ojo, todo empolvado, lleno de óxido, agua y tierra en el interior.

¿Cómo resistirse?

Para pronto platiqué con mi amigo, y le hice un ofrecimiento que no podría resistir: llevarme el carro tan pronto como lograra encenderlo y que se lo pagaría como fuera pudiendo y empezando a abonar el año entrante. Tal como lo preví, mi amigo aceptó.

El objeto de mi deseo es la versión deportiva de uno de los carros más feos de su época, el Chrysler Shadow; el GTS no fue un auto del todo feo, pero tengo que reconocer que el mío, con sus adaptaciones dirigidas a romper marcas de velocidad, rompe también con algunos límites de la estética.

Lo primero que se hace evidente es que el tiempo y su dueño anterior se empeñaron en ocultar todo rastro de su apariencia deportiva, luciendo actualmente los rines más feos de los 80s; un interior espartano, sin plásticos innecesarios, sin alfombra, radio, y con una sala de tres piezas al estilo de los decoradores que buscan romper la monotonía de un espacio colocando algún mueble que parece sacado de otro tiempo, con otras texturas y colores. Tinto, rojo, negro, gris y azul son los colores que combinan sus asientos. Ni hablar de las formas, dos muy convencionales y el tercero con respaldo alto y una ergonomía que impide sentarse dignamente en él al entrar al carro. Siempre que me acomodo en el asiento del conductor me viene a la memoria la estatua de El Pensador, de Rodin, a quien siempre ubico sentado en un retrete y no en una roca.

Para entrar también necesito hacer un ritual de abrir-cerrar varias veces la chapa, hasta que el seguro sube lo suficiente para hacer clic y liberar la puerta. Siemrpe que lo abro en la calle parece que me lo estoy robando.

A pesar de su fealdad, mi nuevo carro viejo agrada a los que me quieren, porque en fecha que nadie me ha dicho lo que siempre digo cuando me ven en él: que está feo. Creoq ue no me lo dicen por dos cosas; porque lo dije yo primero, y por no darme motivos para estar triste.

Tengo apenas unas semanas de ir y venir en mi nuevo auto viejo, pero ya hoy lo quiero y le auguro un buen futuro yendo y viniendo conmigo por las calles de esta gran ciudad.

Perfil Bajo.

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