martes, 17 de noviembre de 2009

¿Sólo soy un número en la fila?

Hoy, después de haber realizado ciertas indagaciones para recabar alguna información numérica solicitada por mi jefe, me puse a pensar en si sigo siendo Perfil Bajo, si me he convertido en alguien más o más allá de eso, si seré sólo un número que va cambiando de lista en lista a lo largo del día.
Cada día al salir de mi casa –que no es la suya-, me subo a mi carrito ochentero y manejo los más o menos 4 kilómetros que me separan de mi oficina escuchando música apropiada para alguien de mi edad, a un volumen apropiado para alguien quince años menor. Me queda claro quien soy yo, circulo siempre por los mismos carriles esquivando los mismos baches. Miro muchos de los autos de diario y al final llego a mi entrada, donde debo calcular si quepo entre auto y auto que de prisa brincan un tope que intenta reducir la velocidad de los conductores para que yo quepa. Es inútil. La mitad de las veces alguien me recuerda a mi queridísima madre. Hoy de plano vi que quien venía sin frenar manejaba un mercedes, así que solté el freno y así como sin mirarlo me hice para adelante. Me dijo idiota moviendo los labios y yo del mismo modo agaché la cabeza y le contesté “huy perdón, no te vi”, pero funcionó, me abrí paso para ahora poder integrarme a la fila para entrar al estacionamiento, bajar apresuradamente de mi carro, que invariablemente queda al fondo de un lote en el que caben unos tres mil. Camino a mi edificio en el que seremos tal vez mil, entro en la oficina que comparto con unos cuarenta y me siento en mi escritorio desde donde veo unas quince mujeres, unas más bonitas que otras, pero al final todas bonitas, cosa que agradezco mucho al señor que todo sabe y me observa desde arriba. Desde luego sabe que me vuelve loco con eso y lo hace por molestar -porque si alguna constante he tenido en mi vida es que siempre he estado rodeado de mujeres, en mi casa, en mi trabajo, en el table-.
Para entrar debo mostrar un gafete, posterior a eso me identifico con la huella de mi dedo medio. En la dirección de personal hicieron todo lo posible porque mi identidad saliera de mi índice, pero curiosamente ahí no tengo huella digital, así que tuvo que ser el dedo medio, por lo que todos los días al llegar a mi trabajo y al retirarme me identifico apuntando mi dedo medio al lector entre la puerta y el policía. El Señor sigue caminos misteriosos.
Ya instalado en mi escritorio con mi computadora, mi teléfono IP y mi calendario como únicos adornos, empiezo a dejar de sentirme tan yo, empiezo a dudar del impacto que un Ruiz de Nochistlán puede causar en medio de este enorme monstruo en donde ahora parezco más un número que una persona llena de ideas, de experiencias, aventuras y buenas intenciones.
Empiezo a revisar mis pendientes, que todos tienen que ver con números y que todos deberé sacar de la caja idiota que tengo enfrente, que tiene la capacidad de procesar miles de veces más información de la que yo soy capaz de pensar, y vaya que estoy pensando muchas cosas.
Pero bueno, ya dudando de si soy Perfil Bajo o el 777 salgo a comer, donde desde luego debo hacer otra fila y mostrar mi gafete al pagar y al pedir mi plato. Sobra decir que comeré lo que la señora del mostrador me quiera dar, porque la única vez que la contradije me contestó que “había que ver para creer que no quisiera yo lo que me sirvió”. De nada valió decirle que me había servido una porción diminuta que el anterior en la fila no quiso y dijo que estaba toda mosqueada. Total que salí con una pieza de pollo que difícilmente habrá crecido más que un pichón, guacamole con mucha cebolla y sin arroz.
Desde aquél día cuando la señora olvida mi récord negativo me pregunta ¿qué va a querer? Yo le contesto “pos lo que usted quiera, de todas formas me sirve lo que le da la gana” y bueno, a veces se ríe, a veces se traba, pero siempre me sirve lo que quiere. Algo muy interesante -que no sé si sea una de nuestras marcas “sólo en México”-, es que en todos los lugares que debo hacer filas la gente se me va metiendo por todos lados. Trabajando en un mismo lugar por tantos años aquí todos somos muy influyentes, y en cada fila conocemos a alguien, así que como cosa ensayada, que no es otra cosa que la pura costumbre, llegan y en tu cara le dicen al de adelante “gracias, ya vine”. A veces nomás pelan los ojos, pero igual se meten.
Después de la fila de la caja, la fila del platillo principal, la fila de la sopa y la fila de los cubiertos, siempre me doy cuenta que la persona que originalmente estaba enfrente de mí, de alguna forma ya va como cinco o siete lugares adelante. Esto es todos los días.
Ya con mi plato nutritivo, servilletas, cubiertos, soda, sopa y paquete con tres tortillas -todo esto en dos manos porque se robaron las charolas- avanzo a la zona de mesas. Casi siempre están ocupadas todas, son unas treinta, pero casi cada una tiene una soda, una servilleta o unas llaves que indican que están apartadas. De modo que debo acercarme como la fea de la fiesta, mesa por mesa buscando quién me recibe para compartir los sagrados alimentos que devoro en silencio, con mi soda tapada hasta el final.
Luego de eso regreso a mi escritorio, reviso los números de quienes me llamaron, reporto mi falla de red y proporciono mi número IP para que me atiendan.
El otro día una compañera –de quien no sé bien el nombre- me dijo “hey, tú, Orozco” y yo le contesté “Orozco la más vieja de tu casa” y a los días vi que mi silla dice “Orozco” en el respaldo, escrito con corrector líquido. Lo cierto es que cuando como no conozco, pero ya no quise aclararle quien soy. El viernes me dice otra compañera “Alejandro, ya tenemos que irnos”, le expliqué que no soy Alejandro, que mi nombre es Perfil Bajo, y ya ella se presentó. Así que ahora sé que ella es Martha, y trabaja de nueve a siete para darles mejor vida a sus hijos.
Con esa poca información, Martha pasó a convertirse en una de las personas de quien más sé en mi oficina, porque fuera de ella sólo identifico a “la feíta del cuerpazo que hace olvidar el inconveniente”, “la morenita simpática que gana cuatro veces mi sueldo”, “la gordita hermosa con boca de besito que diario me dice que qué guapo estoy”, “la señora amable que sale igual de tarde que yo”, “la corrientita que habla con frenillo y come de todo”, “la de las mandarinas”, “la que parece hombre sin importar qué se ponga”, “el que va al baño y no se lava las manos”, etc.
Con tantas personas de quienes no se nada es difícil recordar quien soy yo.
Lo bueno de todo esto es que al rato saldré, mostraré mi dedo medio al policía y caminaré esos cinco minutos al estacionamiento, donde a esa hora quedarán ya solo unos treinta autos. Me subiré en mi carrito ochentero que tanto me gusta y poco a poco volveré a ser yo, cantando mis canciones de cuarentón a volumen de veinteañero, llegaré a mi casa a la hora de siempre a recibir un beso de mis hermosas viejas y entonces sí recordaré perfectamente quien soy, de dónde vengo y a dónde voy, por qué y para quién trabajo, hasta dónde quiero llegar, y volveré a tener claro mi noble y remoto origen.
No soy un número. Soy un tipo inteligente, guapo y con muchos planes en la vida. 

Soy Perfil Bajo, de los Ruiz de Nochistlán.

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